“No
os imaginéis una colonia maloliente de podridas casuchas de paja
habitadas por indolentes esclavos al servicio de sucios agentes
consulares, tan sólo obsesionados por sisar lo necesario para
asegurarse una opulenta vejez en la metrópoli. Cádiz es una ciudad
tan bella como Cartago y sin duda la más ilustres de Hispania. En
sus limpias calles se alinean casas de hasta cuatro pisos de altura.
Las más ricas rematan en terrazas y en torres mirador cuyas vigas
refulgen con brillantes colores. Contando el número de las torres
puedes saber cuántos ilustres comerciantes habitan la ciudad (…)”.
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“(…)
nos agasajaron con un banquete en el que no faltaron bellas
bailarinas y exquisito garón, los dos famosos productos gaditanos.
No hay nada como la danza gaditana para alegrar el abatido corazón
de un hombre. Al compás de la música enervante, las hermosas
muchachas semidesnudas ondulan muellemente sus aceitados cuerpos,
adoptando provocativas actitudes. Las bailarinas gaditanas están
habituadas a exhibir sus más íntimos encantos y saben inquietar a
los que las contemplan con sólo agitar las firmes y atractivas
caderas. Lascivas canciones, cuya letra ruborizaría a un mamporrero
númida, acompañan al dulce estremecimiento de la carne.”
“Así
son los españoles, muy capaces individualmente pero del todo
inútiles e irresponsables para el esfuerzo coordinado. Probablemente
constituyen el pueblo más insolidario que existe.”
“Después
de los discursos de Hannón, Arbil visitaba a un número de senadores
indecisos y les compraba el voto. Era liberal con los sobornos porque
si las censuras de Hannón prosperaban, ello podría significar mi
repatriación y proceso, quizá la cárcel o la confiscación y el
destierro.”
“No
existe nada que no se pueda arreglar con palabras o con dinero. ¿Para
qué sirve el dinero? Se puede sobornar al Senado romano igual que
sobornamos a la Balanza, los gobiernos están compuestos por hombres
y cada hombre tiene su precio. Comprar gobernantes siempre saldrá
más barato que derrocar pueblos con guerras y devastaciones.”
“El
comercio es la pacífica solución a todos los problemas.”
“[Los
tricorios, de la Galia Narbonense] Odiaban a todos los galos,
especialmente a aquellos lóbregos que nos habían atacado la
víspera. También odiaban a los etruscos y a los romanos. Al parecer
odiaban a todo el mundo, aunque se les olvidó mencionar a los
cartagineses.”
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“Los
romanos son buenos soldados. Tienen motivos para serlo. En los
últimos cien años han estado constantemente en guerra. Se sienten
libres y están orgullosos de ser romanos. Consideran un gran honor
servir en el ejército. Sus sentimientos patrióticos forman parte
del carácter nacional, como el orgullo, el sentido práctico o el
cabello lacio oscuro. Cuando combatamos en su suelo no se detendrán
ante ningún sacrificio.”
“El
sabio Amílcar solía repetir un axioma de Alejandro: la batalla
campal se celebra en el lugar y ocasión que decide el que huye, no
el que persigue. Por tanto has de huir si quieres escoger el terreno
más favorable.”
“Los
soldados caían ávidamente sobre ciudades y caseríos y se
enriquecían con el abundante botín, si bien la mayoría de ellos
volvía a quedar tan pobre como al principio después de perderlo
todo al juego del basileus,
en el que solían entretener sus ocios campamentales. Los más
hábiles en este juego se enriquecieron prontamente y muchos de ellos
desertaron y lograron regresar a Hispania o a África por sus propios
medios. Lo que no me parece censurable, puesto que un hombre rico
raramente será un buen soldado.”
“Atrapados
en una bolsa compacta, incapaces de maniobrar, rodeados por todas
partes de un enemigo al que –ahora lo recordaban- nunca
habían conseguido vencer, fueron presas del pánico.”
“-
Sabes vencer, Aníbal; pero no sabes qué hacer con tus victorias.”
“Este
Arquímedes había ideado catapultas y máquinas de guerras más
potentes y certeras que las de los romanos. (…) Pero el invento más
sorprendente del sabio consistió en ciertos espejos en forma de
casquete capaces de concentrar los rayos del sol en un solo punto de
las velas romanas, con lo que obraban el prodigio de incendiar las
penteras enemigas a gran distancia. (…) Después de esto la defensa
de la ciudad decayó hasta tal punto que los romanos pudieron
conquistarla fácilmente. Cuando esto ocurría, el sabio Arquímedes
se hallaba en la playa, donde solía pasea cada mañana. Un
legionario romano lo encontró inclinado sobre la arena, meditando
sobre cierto problema geométrico expresado en unas figuras que había
trazado en el suelo. Antes de que el golpe fatal descargara sobre su
cabeza, le dio tiempo a recomendar a su asesino: “No borres estos
círculos”.”
“El
que escribe es un anciano que aguarda la muerte. Pero entonces tenía
treinta y siete años y había guerreado con los romanos, en suelo
italiano, durante ochos años matando a doscientos mil de ellos sin
haber sido derrotado ni una sola vez. Es más, a pesar de la
aplastante superioridad de sus fuerzas no se atrevían a enfrentarse
conmigo en campo abierto. Me seguían esquivando como en los días de
mi mayor fuerza. No me di por vencido. Todavía permanecí otros
siete años en Italia.”
“¿Quién
era el hombre más venerable de Roma? Los romanos saben muy bien que,
en el fondo, todos ellos son trapaceros y desleales. La virtud de que
alardean en su vida pública no se corresponde en absoluto con los
hechos de su vida privada.”
“-
Es un ofrecimiento que llega con veinte años de retraso – les
reproché ásperamente-. Si hubieseis creído en mí cuando os pedía
refuerzos desde Italia ahora estaríamos en Roma.”
“(…)
a pesar de la guerra, quizá incluso a causa de ella, los mercaderes
habían prosperado sorprendentemente. Las ganancias habían aumentado
en los últimos años (…). Un inusitado volumen de fletes hacia
puertos griegos de Italia y del Adriático evidenciaba que nuestros
conciudadanos habían estado negociando con el enemigo. Buques de dos
mil ánforas salidos hacia Egipto revelaban que parte del grano
extranjero que sostuvo a Roma durante los años de mis campañas en
Italia procedía directamente de Cartago. (…) La conclusión era
evidente: mientras el ejército cartaginés de Italia se desangraba
sin recibir refuerzos, los senadores, incluso los más devotos
defensores del partido bárquida, se habían estado enriqueciendo con
el tráfico romano. Muchas venerables cabezas de los padres de la
patria se inclinaron, incapaces de sostener mi iracunda mirada.”
“Hube
de consentir que la flagrante traición a la república, un delito
que en los pobres y desheredados se pena con la ceguera y la
crucifixión, se redujera a la categoría de error sin mayor
importancia. ¿Qué hubiera ganado Cartago si me hubiese sido posible
crucificar a medio Senado? ¿Destruir la poca fe que el pueblo
pudiera tener en sus gobernantes?”
“Aníbal
murió a principios del verano. Escipión el Africano, su vencedor,
falleció dos meses más tarde. Había pasado sus últimos años
retirado en su finca campestre, voluntariamente alejado de Roma,
donde sus enemigos en el Senado procuraban difamarlo. Redactó para
su tumba este sencillo epitafio que también podría servir para la
de Aníbal: “Mi ingrata patria no tendrá mis huesos”.”
“El
Senador Catón se atrevió a formular en voz alta un deseo que era
secretamente compartido por muchos colegas suyos. Se hizo famoso
porque terminaba todas sus intervenciones en el Senado,
independientemente del tema tratado, con las mimas palabras: “…
praeterea
censo Carthaginem esse delendam” (soy
también de la opinión de que debemos destruir Cartago). (…)
Cartago estuvo ardiendo durante diecisiete días. Las humeantes
ruinas fueron consagradas a los dioses infernales, para que jamás
fuesen habitadas nuevamente por el hombre. Finalmente, sembraron sal
en los campos condenándolos al yermo. …ergo
Carthago deleta est.”